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Pierre de Coubertin: un famoso desconocido

Pierre de Coubertin hizo de su vida una aventura apasionante. En un mundo donde la humanidad utilizaba su energía en enfrentamientos entre pueblos y muchos individuos vivían vidas grises, volvió la vista a la antigua Grecia, y encontró un ideal que sirvió para entusiasmar a todas las naciones y que volvió a recrear la alegría y la fraternidad en el juego limpio. Su legado ha traspasado el tercer milenio, pero tal vez es un buen momento para comprobar si nos hemos olvidado de algunos aspectos de este ideal.

Resulta extremadamente difícil poder resumir en un artículo la vida y obra de un hombre que entregó su vida a un ideal pedagógico. Para ello, nadie mejor que el que yo considero su legítimo sucesor, D. Conrado Durántez, para resumir esa vida tan apasionante:

Pierre de Fredy, Barón de Coubertin, nació en París el 1 de enero de 1863, dentro del seno de una familia acomodada y de ascendencia italiana, cuyos antepasados se remontan a un primer Fredy conocido que sirvió al rey francés Luis XI, quien le otorgó título nobiliario en 1471. Uno de los Fredy adquirirá en 1567 el señorío de Coubertin, cerca de París, adoptando el nombre que con posterioridad conservará la familia.

Pierre de Coubertin estudiará en París, en la Escuela Primaria, y ulteriormente se graduará en la Universidad de Ciencias Políticas. Vivirá en el castillo de Mirville, en Normandía, propiedad de su familia, y en París, en la calle Oudinot número 20, la casa en donde nació y que será inicialmente el centro operativo del COI.

Desengañado de la política y los políticos, desechando también una fácil carrera militar muy propia para su rango y condición, después de profundas cavilaciones, decidió dedicarse íntegramente a la ardua tarea de la reforma educativa en su país, impulsado a ello ante las reveladoras experiencias personales obtenidas en viaje de capacitación y estudio llevado a cabo en Inglaterra y América del Norte.

La educación, la enseñanza y la pedagogía son en estos momentos de su vida poderosos motores de una febril actividad, desarrollada de forma incansable e ilusionada en prodigiosa proyección histórica de un visionario genial. He decidido –decía– cambiar bruscamente mi carrera en el deseo de unir mi nombre al de una gran reforma pedagógica… ya que lo más importante en la vida de los pueblos modernos es la educación… educación que ha de ser el prefacio de la vida… y lo que así expreso, es el resultado de las observaciones adquiridas en las distintas etapas de mis viajes por los Estados de Europa y América del Norte, en donde he podido constatar la existencia de grandes corrientes de reforma pedagógica, independientes de los sistemas gubernamentales e incluso superiores a las mismas tradiciones nacionales.

El poderoso motor que impulsa su vocacional ideario pedagógico ha de llevarle de manera insoslayable a la moderna concepción del olimpismo, en un tránsito en donde únicamente sus excepcionales condiciones personales de plasmar en inmediatas realidades la genial concepción de grandes ideas, hizo posible tan aventurada empresa. El deporte será pues no solo el medio más cómodo, rápido y eficaz para la formación del individuo, sino también el vehículo más directo de comunicación, comprensión y pacificación de los pueblos, al constituir a su entender una escuela de nobleza y pureza moral, a la vez que medio de fortalecimiento y energía física.

Hacia la restauración de los Juegos

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El 25 de noviembre de 1892, en una conferencia que pronunció en el claustro de la parisina Sorbona sobre los ejercicios físicos en el mundo moderno, anunció el proyecto de restablecimiento de los Juegos Olímpicos, que fracasó ante la general incomprensión, pese al júbilo que despertó la idea.

Dos años más tarde y en el mismo recinto universitario, es aceptado el proyecto por unanimidad, creándose el Comité Olímpico Internacional y designándose como primera sede de los Juegos Olímpicos modernos a Atenas, en donde estos tienen lugar en 1896.

Dos consecuencias se extraen de tan histórico momento. Acababa de nacer la fuerza sociológica más importante del siglo XXI y su nacimiento se había producido al amparo, cobijo y talante intelectual de un prestigioso recinto universitario.

La misión pacificadora de los Juegos es pauta de especial atención prioritaria para Coubertin, quien manifestaba a finales del año de su restauración: «Es preciso –decía– que cada cuatro años los Juegos Olímpicos restaurados den a la juventud universal la ocasión de un reencuentro dichoso y fraternal, con el cual se disipará poco a poco esta ignorancia en que viven los pueblos unos respecto a los otros, ignorancia que mantiene los odios, acumula los malentendidos y precipita los acontecimientos en el destino bárbaro de una lucha sin cuartel».

Coubertin será el alma motora, ideólogo, ejecutor y proyectista de la gran aventura olímpica moderna, a la que estuvo estrechamente vinculado y llevó personalmente desde sus inicios, desempeñando el cargo de presidente del COI entre 1896 y 1925.

Usando los limitados medios de la comunicación de la época, dirigió y atendió personalmente el olimpismo restaurado, recibiendo y escribiendo a mano la abundante correspondencia olímpica en progresivo aumento, en titánica tarea personal a la que dedicó todos los momentos de su vida y también la totalidad de su saneada y considerable fortuna, soportando por ello una aguda y difícil situación económica al final de su vida.

La incomprensión de un sector de sus paisanos sobre el sentido de su obra y las tensiones políticas del momento motivaron el traslado y ubicación del COI a la ciudad suiza de Lausana, adonde llevó también los archivos del mismo, en virtud de acuerdo firmado en el Ayuntamiento de la ciudad el 10 de abril de 1915, viviendo en este país hasta su muerte, ocurrida de forma repentina el 2 de septiembre de 1937, cuando, meditante, paseaba por el parque de la Grange en Ginebra.

En su testamento dejó establecido que su cuerpo fuera enterrado en Suiza, nación que le dio cobijo, comprensión y abrigo, a él y a su obra, y que su corazón fuera llevado al mítico santuario de Olimpia, el motor espiritual de su ilusionado y fecundo quehacer olímpico. Allí reposa depositado en una estela de mármol desde el mes de marzo de 1938.

Coubertin dejó en marcha una gigantesca obra viva y cambiante (el olimpismo y los Juegos Olímpicos) y una prodigiosa fuente de conocimiento e investigación integrada por sus múltiples artículos, libros, obras, conferencias, etc., que sobrepasa las catorce mil páginas impresas, genéricamente distribuidas en treinta libros, cincuenta folletos y más de mil doscientos artículos sobre las materias más diversas.

Seleccion de textos extraídos del ideario olímpico de P. de Coubertin: discursos y ensayos

«Ojalá el gimnasio griego restaurado pueda abrir a las nuevas generaciones el camino a un civismo puro e inteligente, a una cooperación alegre y fraternal».

«¡El gimnasio griego! La menos conocida, la menos estudiada, y tal vez, la más fecunda de todas las instituciones de la Antigüedad… El atleta apareció colaborando con el filósofo y el artista en la gloria de la patria…».

«Los cinco elementos constitutivos del deporte: voluntad, continuidad, intensidad, perfeccionamiento y riesgo eventual. Así se une al mismo tiempo con la filosofía estoica, hacia la que puede conducir a sus practicantes…».

«¡Cuántos nadadores esforzados en el agua se desaniman por los vaivenes del océano humano! ¡Cuántos esgrimistas no saben aplicar a los combates de la vida la oportunidad y la clarividencia de que hacen gala en la sala de armas!… La tarea del entrenador/educador consiste en transportar la esencia de un deporte a todos los actos de la vida de una persona…!

Conferencia Lo que podemos pedir ahora al deporte. Pronunciada en la Asociación de Helenos Liberales de Lausana el 24 de febrero de 1918.

«El deporte moderno tiene algo más y algo menos que el antiguo. Le aventaja en sus instrumentos, pero carece de la base filosófica, de lo elevado de sus objetivos, de todo aquel aparato patriótico y religioso que rodeaba las fiestas de la juventud, los Juegos…».

«El deshonor no consistirá en ser vencidos, sino en no luchar».

«La educación basada en música y gimnasia, hizo que la ciencia de vivir en armonía varias generaciones alcanzase su punto culminante: se sabía vivir sin miedo y morir sin pena por una ciudad inmutable…».

Conferencia El atletismo en el mundo moderno y los Juegos Olímpicos. Pronunciada en la Sociedad del Parnaso de Atenas en 1894.

«Unos ven en el ejercicio físico la preparación para defender a la patria; otros, la búsqueda de la belleza física y la salud; otros, por fin, esa sana embriaguez a la que se ha llamado alegría de vivir».

Discurso en el Congreso de París en 1894.

«El olimpismo derriba los tabiques, reclama aire y luz para todos. Preconiza una educación deportiva generalizada, accesible a todos, ornada de valentía viril y de espíritu caballeresco, mezclada con manifestaciones estéticas y literarias que sirvan de motor a la vida nacional, y de hogar a la vida cívica».

Cartas olímpicas. 26 de octubre de 1918.

«Si alguien me pidiera la receta para «olimpizarse» le diría: la primera condición es estar alegre, y sin duda se sorprendería… Para vivir la alegría completa hace falta otro elemento, el altruismo. ¡Alégrate con la humanidad que renace sin cesar! ¡Ten fe en ella, dedícale tus esfuerzos, confunde tus esperanzas con las suyas! La alegría egoísta no es más que un sol intermitente, la alegría altruista es un perpetuo amanecer».

Cartas olímpicas. 11de diciembre de 1918.

Bibliografía

El olimpismo. Conrado Durantez.

Ideario olímpico: discursos y ensayos. Pierre de Coubertin.

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